Por primera vez en la historia, el Parlament de Catalunya tiene una mayoría independentista. Y, además, esa mayoría es absoluta
con 72 escaños sobre 135. Respecto a la composición del anterior
Parlamento, los escaños independentistas han pasado de 24 (21 + 3) a 72
(62 + 10). Este resultado hace posible que el proceso soberanista siga
adelante, con la legitimidad suficiente según el compromiso que habían
expresado los partidos que optan por la creación de un estado propio. Cuando
alguien dice que nada ha cambiado respecto al día anterior, no se da
cuenta del cambio de enormes proporciones en la composición del nuevo
Parlamento.
La lectura en clave de escaños es la más importante dado que formalmente se trata de unas elecciones parlamentarias, que se han utilizado en clave plebiscitaria en la medida que el
Estado español no ha hecho posible la celebración de un referéndum sobre
la independencia, mecanismo que hubiera permitido de manera clara contar
los partidarios de este cambio de statu quo.
La lectura en clave de votantes es imperfecta y no adecuada en la medida en que se pueden haber producido alteraciones porque se tenían que votar partidos. En
todo caso, es cierto que una victoria también en votos superior al 50% lo hubiera hecho comparable a un referéndum y podría haber habilitado para una
DUI, siguiendo el criterio de las CUP. El hecho de que el
porcentaje explícito haya sido inferior al 50% conlleva que las CUP
renuncien a exigir una DUI inmediata y que se añadan a la propuesta más
progresiva de Junts pel Sí, consistente en avanzar en la hoja de ruta
hacia un referéndum que será sobre la Constitución catalana, con el
deseo de que mientras tanto el Estado español se avenga a convocar un
referéndum.
El partidarios del No se han quedado con un 40% de los votos.
La lectura según votos habría que hacerla a partir de 3 bloques, los
partidarios del Sí (independentistas), los partidarios del No
(unionistas), y los partidarios de derecho a decidir convocando un
referéndum pactado. Aunque habría que excluir los votos a
aquellos partidos residuales que no han entrado en absoluto en el debate
plebiscitario y que, a efectos de cálculo del porcentaje de voto
plebiscitario, se deberían descontar como si fueran votos nulos.
Se acabó la broma de la mayoría silenciosa. Con
una participación historia del 77%, la victoria de los partidarios del
Estado propio es un gran éxito, unos años atrás impensable. Seguramente España perdió la oportunidad de convocar un referéndum cuando el podía haber ganado, como sucedió en Escocia. Esconderse
tras el discurso de la
mayoría silenciosa que no se había manifestado
públicamente pero que se expresaría en las urnas cuando fuera el momento
ya no se podrá repetir. Esperamos que ahora no se inventen el discurso de la
mayoría muda, la que no habla nunca. De
hecho, sin ponerle nombre risible, ya se ha
estado haciendo cuando se proyecta sobre el total de la población cuál
es el porcentaje de personas que han votado la opción ganadora.
La presión internacional sobre el Estado español comenzará a hacerse efectiva si bien de manera discreta. El hecho es que ya hace meses que están sorprendidos por la pasividad del Estado español. Ahora esperarán que se constituya el nuevo Gobierno, pero seguro que las presiones discretas ya comenzarán a concretarse. Sólo
hay que comparar con Canadá y Gran Bretaña, donde un 41% y un 44%
respectivamente de voto soberanista en Quebec y Escocia comportó que los
estados se avinieran a convocar sendos referendos. Un 41 y un 44 frente casi un 48 en Cataluña.
Hoy
mismo, la presidenta de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de
Europa, la luxemburguesa Anne Brasseur, manifestó que es necesaria una
"negociación" con Cataluña tras los resultados del 27-S y que "la
votación del pueblo de Cataluña se debe respetar".
España sigue inmóvil. La política española, con el matiz de Podemos, no se ha visto cuestionada por este triunfo soberanista. Siguen con la tónica de negar la realidad. Y los medios de comunicación con sede en Madrid también siguen lanzando el mismo mensaje. Este
pensamiento único, con alguna grieta como puedan ser los análisis de
Iñaki Gabilondo, dificulta que la ciudadanía española pueda hacerse una
idea del proceso catalán y de la certeza de lo que ocurrirá en los
próximos meses. El mensaje que llega, como ya ha pasado en los últimos años, es que el proceso ha muerto. Parece
difícil que se lo puedan volver a creer pero es no es fácil salir del
análisis único cuando todo el entorno mediático lanza la misma
interpretación.
El tic-tac-tic-tac se ha estropeado. Una
parte de la ciudadanía partidaria del derecho a decidir aún creía que
España convocaría un referéndum e incluso que sería posible cambiar
España. Esta hipótesis partía del papel que Podemos -pero
también el PSOE según el punto de vista del PSC- aportarían un cambio
político a partir de las propias elecciones españolas. Ahora
que el tic-tac de Podemos está estropeado y que la derecha españolista
resultante de la suma de PP y C 's tiene todos los números para ganar,
además de la imposibilidad manifiesta que el PSOE haga un cambio tan
grande, habrá que ver cuál será la reacción o el posicionamiento de los
votantes y de los líderes de Catalunya Sí que es Pot.
Para los partidarios de cambios relevantes en el statu quo, como
puedan ser un estado federal o confederal, la única manera real de
llevarlo a cabo sería necesariamente acometer un primer paso de
soberanía de Cataluña para pasar posteriormente a pactar con España el
modelo de integración, de tú a tú, y partiendo del respeto mutuo. Por
tanto, la lógica de la pasividad y el negacionismo de la política
española, la imposibilidad de cambios relevantes, debería ir desplazando
una parte importante de este 11,45% hacia posiciones soberanistas más
explícitas. España no admite sutilidades, invita al todo o nada.
Se hace difícil imaginar que el Estado español y los partidos unionistas puedan hacer una propuesta creíble para los catalanes. Hoy
en día, ningún soberanista podría tener en consideración una propuesta
que no partiera del reconocimiento nacional y, por tanto, del derecho a
la autodeterminación cuando se considerase necesario. Si se
ha llegado hasta aquí, y cualquier promesa del unionismo no puede
generar ninguna confianza o credibilidad, parece evidente que sólo el
derecho a poder reanudar el ejercicio de la autodeterminación sería una
condición que podría convencer a algunos votantes del Sí más sensibles a
ofertas, aparte por supuesto de blindar ciertas competencias y un
concierto económico. Ninguna de estas propuestas es posible
en el esquema mental del unionismo, de modo que sólo la alternativa de
la hoja de ruta soberanista es factible. España no tiene ni
está en condiciones de tener una hoja de ruta alternativa al
soberanista para intentar seducir a los catalanes.
La única sombra que observo en este momento es el papel de la CUP respecto a la elección del presidente Mas. Su afirmación -creo- se hizo en un escenario donde era posible que su abstención fuera suficiente. Pero ahora no lo es. Lo más importante ahora es el proceso, no las personas, lo suscribo. Y por tanto, hay que analizar qué es más conveniente, sin apriorismos ideológicos y sin vetar personas de antemano. La
revolución de la sonrisa se ha hecho en positivo, con renuncias de
todos, y no es conveniente introducir factores negativos, de exclusión.
El
proceso requiere que haya gente de un amplio espectro, que sume con
generosidad, y una parte del país no entendería que 10 diputados puedan
forzar tal exclusión, que puede herir esta percepción de amplia
transversalidad. También generaría inquietud en los sectores empresariales, cuestión que -no seamos ingenuos- es fundamental para el proceso. Pero, además, la desaparición de Mas sería un gran daño a nivel internacional, que costaría mucho de entender. Y
poca gente entendería que el presidente que ha liderado el proceso, que
ha aportado confianza, y que puede estar imputado penalmente en pocos
días por poner las urnas, sea obligado a apartarse. Lo digo convencido en términos de interés para el proceso. Otra
cosa es encontrar fórmulas como que Mas sea presidente con una
orientación a las relaciones internacionales, y que un primer ministro lleve
más directamente la dirección del gobierno. Seguro que se pueden encontrar fórmulas pero no partiendo de la exclusión.