21.2.14

Que la smartcity no se nos haga pequeña

Urbanismo y urbanidad son dos palabras que, a pesar de que compartan raíz, tienen una semántica muy diferente. De hecho , pertenecen a dos mundos diferentes. Una pertenece al reino de los tangibles mientras que el otro al de los intangibles. Sobre una misma urbe, la aproximación material o inmaterial, las calles o los valores. Entre la aproximación más física del compartir el espacio o la más etérea del compartir la comunidad, podemos encontrar los hilos de contacto entre los dos mundos.

La economía ha tendido a hacerse intangible. Las empresas con una cultura más avanzada han ido descubriendo que su potencial de creación de valor se multiplicaba a medida que aprendían a combinar los activos tangibles con los intangibles, y que no era posible una gestión de la marca ni de la reputación y mucho menos de la responsabilidad social sin desarrollar las capacidades de gestionar la dimensión más intangible. ¡El mundo más material y el inmaterial se combinan y multiplican su potencial para crear valor!

Hoy las ciudades más avanzadas se pretenden smartcity, un modelo concebido para hacer un uso intensivo de la tecnología para mejorar la sostenibilidad y la capacidad de gestión de las urbes. En la smartcity las luces se encienden cuando la gente pasa, los contenedores avisan cuando están llenos, ¡y los semáforos podrían dar la vuelta al sentido de circulación en caso de que sea necesario evacuar un barrio entero! La smartcity nos apunta hacia la ciudad del futuro, pero no se trata de un ejercicio de futurismo sino una manera de dar respuesta al reto de rehacer las ciudades para disminuir de manera radical sus impactos energéticos, ambientales y otros. El cambio supone grandes gastos, que de hecho son grandes inversiones, tanto por el ahorro que supondrán posteriormente como por la oportunidad de desarrollar las nuevas tecnologías, y todo un sector que se promete como la punta de lanza de la economía del futuro y, hoy por hoy, uno de los caminos para ir saliendo de la crisis.

Pero en la fase actual en la que la smartcity todavía tiene ecos de ciencia ficción, su desarrollo puede tener ineficiencias y desenfoques.
  • Las ineficiencias vendrían no sólo de la experimentación necesaria. Hay que tener cuidado de que los proyectos no respondan al interés de facturar por parte de las tecnológicas y el interés de aparentar por parte de los ayuntamientos, y acabemos con todo de sensores que nos informen de cuántos peatones cruzan cada semáforo, sin que sepamos muy bien para qué queríamos aquella información.
  • Pero también observamos desenfoques. Y aquí retomamos el inicio del artículo. Y nos preguntamos si la smartcity ubica en el reino de los tangibles o bien puede subir de grado. ¿ Su inteligencia es meramente técnica en cuanto a proveer soluciones o también es social en cuanto a mejorar la gobernabilidad de la ciudad? No nos maravilla una ciudad que se autodenomine inteligente por sus capacidades tecnológicas sin que esta inteligencia se asocie a otros niveles, entre ellos los democráticos.
Como dijo el teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona Antoni Vives, la smartcity no sirve si no interesa a la señora María. Efectivamente las soluciones tecnológicas deben dar respuesta a necesidades sociales y deben hacerse amigables, deben mejorar la calidad de vida de las personas. ¿Pero la smartcity es solo el resultado de la planificación pública a partir de las soluciones que proveen las empresas tecnológicas? Aquí es donde la smartcity corre el riesgo de hacerse nos pequeña en cuanto a su potencial.

Hablo un poco más de ello: ¿Quién piensa la smartcity?