Josep Maria Canyelles es, posiblemente, la persona más reconocida y
autorizada para hablar de territorios socialmente responsables. Se
dedica desde 2004 a promover la RSE. Es experto en Responsabilidad
Social y Territorios Socialmente Responsables, consultor en Vector5.cat,
presidente de EdificisPositius.cat y coordinador de Respon.cat, entre
otras muchas responsabilidades.
Hace más de quince años, comenzaste a hablar de territorios
socialmente responsables (TSR) y parece que es recientemente cuando el
concepto está logrando consolidarse y abrirse camino en la práctica.
¿Qué ha cambiado en este tiempo para que administraciones, empresas y
organizaciones sean más receptivos a este tipo de planteamientos?
El concepto de Territorio Socialmente Responsable (TSR) tiene unos 20
años, cuando se empezó a utilizar por parte de la Diputación de
Barcelona como sinónimo de la respuesta social de las pymes. Seguramente
es un concepto importado; existía alguna expresión similar en Francia
que se vincula más a temas de personas con discapacidad, o con visiones
muy centradas en alguna materia concreta. En el caso de Barcelona el
enfoque fue hacia las pymes. Fue entonces cuando vimos que estábamos
desperdiciando el potencial semántico del concepto, ya que TSR invitaba a
pensar que no sólo las empresas privadas, sino también otros actores,
podrían ser sujetos o actores de esa responsabilidad social. Por tanto,
podíamos construir algo más que la respuesta social de cada actor y
hablar de cómo se puede generar un ecosistema, un territorio en el que
los valores tengan una especial presencia en la interrelación.
Se trataba de un momento de crecimiento económico, de dinero en el
sector público y se pusieron en marcha distintas iniciativas. Cuando
una iniciativa surge por apoyo del sector público, este apoyo tiene
notables altibajos. Por suerte, ha habido otras experiencias no
solamente públicas, sino que han contado con otras organizaciones,
consorcios o agentes privados, que han ido avanzando aquí y en otros
países, bajo el nombre de TSR o con otras denominaciones, pero
compartiendo el concepto. Ahora cada vez más la sociedad y los poderes
públicos requieren un entorno de máxima sinergia, máxima colaboración
entre todos los actores. Tenemos unos retos en la humanidad que
solamente serán posibles si todos los actores suman en una misma
dirección. Gobierno, empresas grandes y pequeñas, organismos
académicos, ciudadanía y otros actores sociales generamos sinergias. Es
lo que se nos pide, que no solamente abordemos cada uno por separado
acciones, sino generando sinergias.
También en la lógica del sector público se ha ido desarrollando el
propio concepto de gobernanza, como una manera de abordar en los
territorios la implicación de los distintos actores, seguramente siempre
desde el liderazgo público y para hacer políticas públicas. Cuando
hablamos de TSR, no necesariamente es eso, puede ser un liderazgo
compartido, liderazgo de las empresas, del sector social y para abordar
retos conjuntos de bien común, por tanto, se habla de lo mismo, pero con
distinta perspectiva. Gobernanza es la manera de llevar a cabo
políticas públicas, integrando distintos agentes y con el liderazgo
público, pero finalmente es algo sumamente compatible, y son dos caras
de la misma moneda.
Hay como un renacer de la responsabilidad social, que en ningún momento ha muerto, pero
que ha ido evolucionando en los últimos años. Si hace 10 años la responsabilidad social
incorporó con gran fuerza la idea de crear valor compartido, para
todos los grupos de interés, económico y social, en estos últimos 5 años
ha ido tomando fuerza la idea de la empresa con propósito. Se trata de
una empresa que no solamente busca ganar dinero, sino que va también se
dirige a conseguir un impacto social claro. Fruto de esa lógica, cada
vez hay más empresas que atienden grandes retos sociales, lo incorporan
en su discurso y hablan de empresas con propósito, incluso se habla de
empresas del cuarto sector.
Este propósito se incorpora tanto a las cadenas de valor como a los
territorios, que serían los dos principales ejes de desarrollo -cuando
la empresa es grande se dirige a su cadena de valor y cuando es más
pequeña, lo hace bajo la lógica del TSR-. Se trata de dos lógicas
complementarias y ambas son necesarias.
El concepto de TSR puede ser aplicado a municipios o
comarcas, pero también a ámbitos geográficos más pequeños, como barrios o
incluso menores. Según tu experiencia, ¿qué escala es la más adecuada
para ello?
La gracia de hablar de TSR es que es un concepto ambiguo que se puede
aplicar a realidades territoriales muy distintas y en cada caso tienes
que ver cuál es el valor que aporta. En una gran ciudad como Barcelona,
tiene sentido hablar de barrio socialmente responsable porque hay
barrios que tiene una identidad muy fuerte, como Sants, Gràcia o el
Raval. Tienen redes asociativas y estructura de gobierno pública. Hay
empresas que se vinculan de manera fuerte al territorio, porque a lo
mejor es un barrio con conflictividad y esa empresa tiene un sentido de
compromiso que facilita poder llevar este concepto a una dinámica de
barrio que además es muy intensa por la proximidad en ese concepto de
barrio socialmente responsable. Sería una buena referencia también
un pueblo o comarca y hay casos en que se ha desarrollado, sobre todo,
en comarcas que lo vinculan con su identidad, su marca de territorio
pensando en términos, por ejemplo, de turismo rural. Quizás es un ámbito
más propicio que comarcas de carácter más industrial.
No se ha utilizado tanto ─pero también tendría mucho sentido hacerlo─ a escala de país
en el sentido más amplio de la palabra. Por ejemplo, en Cataluña,
normalmente nos hemos reconocido históricamente ─y nos han reconocido─
como un territorio, una sociedad que ha valorado la calidad, la
innovación, la tolerancia, el diálogo o el pactismo desde hace 100 años.
Una sociedad tiene derecho a proyectar cuáles quiere que sean sus
valores de cara al futuro. Por tanto, en la medida en que puedes
modificar o asentar tus valores, que no es fácil, se puede plantear
una línea de cara al futuro. La calidad hoy día ya es patrimonio de todo
el mundo y no es algo que te diferencie ni en el mercado ni como
sociedad, pero sí a lo mejor ese sentido de empresa comprometida con el
territorio que también está ligado con la tradición.
Podemos ver de qué manera esos valores de territorio, que lo
identifican, se incorporan a la sostenibilidad de un TSR, de forma que
no sea solamente un trabajo de marketing que alguien decide, sino que
estos valores sean una suma realmente consciente y comprometida,
dialogada distintos actores.
En 2014 llevamos a cabo un proyecto de carácter experimental que llamamos Focus de l’RSE a Catalunya,
que utilizaba metodología de TSR. Se trataba de consensuar entre
distintos actores públicos y privados, empresas grandes, pequeñas,
cámaras de comercio, gobierno, sindicatos, académicos, etc. cuáles
deberían ser los temas materiales, los temas importantes a desarrollar
por parte de cualquier empresa grande, pequeña de un sector u otro que
actúe en Cataluña. Cuando tienes que dialogar con un grupo de interés
que es la sociedad para ver qué es lo que espera de ti, la sociedad es
un grupo interés complejo, es la suma de muchos grupos de interés. No es
fácil determinar qué espera de ti. A partir de ese proceso pretendíamos
facilitar que una empresa que opera en Cataluña, a través de un
consenso que se pueda renovarse cada cierto tiempo, pueda conocer qué es
aquello que la sociedad espera. Entonces aparecieron temas como la
inmigración. Aunque quizá en tu empresa no sea un tema material, si
operas en Cataluña, llevar a cabo acciones para facilitar la integración
laboral o social de las personas migrantes será bien visto y formará
parte de tu respuesta social, porque hay consenso acerca de que es un
tema importante. De hecho, somos el país de Europa con más inmigración,
más que Francia o Alemania, por ejemplo. En 10 años pasamos de 6
millones a 7 y medio, un dato tremendo y que requiere atención. Cuando
vienen crisis, se trata de una gran cantidad de población y puede haber
una utilización populista del tema o que se generen tensiones sociales.
Salió ese tema y muchos otros como la corrupción, un asunto que en aquel
momento estaba muy vivo. Cualquier empresa, aunque no sea de sectores
sensibles como el financiero, tiene que hacer un esfuerzo para
contribuir a cambiar la cultura respecto a la corrupción.
En temas de vinculación al territorio, cualquier empresa
multinacional dice en su discurso que allí donde va trata de adaptarse a
la cultura del sitio. Cuando hay una realidad plurinacional, el
concepto de conectar con la cultura local debe ser sensible también a
estas cuestiones para no caer en contradicciones. En Perú hace 10 años
hicieron una campaña para intentar cambiar la cultura propia en el tema
de la puntualidad, pues se autorreconocían como un territorio con una
puntualidad latinoamericana y querían transitar hacia una más británica.
Si hacemos algo mal como país, queremos contribuir entre todos, no
solamente desde las políticas públicas, sino entre todos los agentes, a
dar una respuesta social agregada del territorio.
Cada escala de trabajo es más apropiada para según qué temas.
Vuestra propuesta de edificios positivos, ¿es digamos la
última expresión, la máxima reducción del concepto TSR, o un concepto
distinto, pero compatible?
La idea, el concepto, nace en 2011, casi hace 10 años, fruto de la
sensación de fracaso de algunas experiencias en las que hacíamos cosas
muy interesantes en un territorio, con empresas grandes, pequeñas,
ayuntamientos, fundaciones, etc. pero que no impactaban directamente en
las personas de esas mismas organizaciones y de ese territorio, más allá
de hacer algún taller de compra responsable, algo residual. Pensamos
que quizá una manera de llegar a las personas sería a través de las
comunidades, que son en realidad organizaciones muy discretas y poco
abordadas. Eso quedó como una idea feliz, hasta 2016. Entonces, hablando
con gente del gobierno, del departamento de bienestar social, nos
lanzamos a hacer la prueba y en 2019 lanzamos la idea y tuvo muy buena
receptividad. En 2020, por la pandemia se para todo, hemos ido haciendo
cosas, pero de manera muy limitada. El concepto creo que fue un éxito,
la implantación real, muy limitada por el contexto.
El problema es que la gente en un edificio se ha dejado de conocer
porque hemos desarrollado un nuevo concepto de privacidad e intimidad,
de respeto y cuesta casi saludarse por la escalera.
Es una relación muy rara, con gente que vive a tu lado, que te separa
una pared a veces muy fina y que no sabes ni quién es, que se muere la
persona mayor y ni te enteras al cabo de tres días. Eso es lamentable
como sociedad. Hay que encontrar el marco concreto para plantear el
tema, en ningún momento como algo romántico, sino para abordar los retos
del siglo XXI. Si tú tienes que hacer una cubierta verde o poner placas
solares y no conoces a tus vecinos, eso va a ser muy difícil de hacer.
El primer paso es generar positividad en el edificio. Proponíamos que
los edificios tuvieran wifi compartido. Ahora que ha habido niños que,
con la escuela cerrada con la pandemia, no podían estudiar porque sus
familias no tenían wifi. Si hay una wifi compartida en el edificio, los
vecinos se pueden poner de acuerdo y abrirlo a esa familia sin recursos
para que ese niño pueda estudiar.
Como concepto, como idea, el edificio positivo continúa siendo
una piedra importante para desarrollar el concepto de TSR, implicando
también a las redes vecinales, a las comunidades de vecinos, comunidad
de propietarios, etc. como como base para ir construyendo todos esos
elementos.
¿Consideras necesaria la presencia de una entidad que lidere
el movimiento de constitución de un territorio como socialmente
responsable? Y, en ese caso, ¿quién o qué entidad sería la más adecuada
para ese liderazgo?
El criterio que siempre hemos tratado de dejar claro es que el
liderazgo no necesariamente tiene que corresponder al sector público,
tiene que ser de aquellos que más se lo crean y, a ser posible, lo más
compartido posible. Cuando el liderazgo ha sido exclusivamente público,
el tema ha aparecido y desaparecido según el momento. Por tanto, tiene
que haber coliderazgo.
Cuando haya una organización que en sí misma ya integra distintos
agentes, como un consorcio, con esa visión múltiple, eso es seguramente
lo mejor.
Sobre la composición, la mesa de territorio o como la queramos
llamar, no tiene que ser un órgano representativo. Si lo es no va a
servir para nada porque ya hay muchas comisiones de trabajo. Tiene que
ser un espacio de encuentro entre esas organizaciones que realmente
creen en el tema y que están aplicando o aprendiendo a aplicar la RS en
su propia organización. Por tanto, si en el territorio hay
ayuntamientos, lo importante es que se incorporen aquellos que están
interesados en el tema, no tanto el más grande porque es la capital de
comarca.
Hace falta cierta humildad para poder aprender, generar procesos de
aprendizaje y ver cómo podemos generar sinergias entre los distintos
actores, creo que esa es la clave del éxito y en cambio, si lo abordamos
desde la representatividad, serán procesos que servirán para hacer un
plan estratégico del Ayuntamiento, por ejemplo, pero eso no irá más allá
ni servirá para hacer un verdadero proceso de transformación social.
Los ODS son cada vez un enfoque más utilizado por gobiernos o
empresas. ¿Podemos aprovechar este modelo para el desarrollo de TSR o
corremos el riesgo de no contar con un diagnóstico propio sobre los
retos a abordar y llegar a soluciones poco ajustadas a la realidad?
Un TSR tendría que abordar toda la RS, los cinco vectores de impacto:
económico, ambiental, social, laboral y buen gobierno y posiblemente
debería abordar también los 17 ODS, aunque por supuesto, el 11 (ciudades
y comunidades sostenibles) es el que está llamado a ser más
significativo porque agrupa todo lo que se debería hacer en la ciudad.
Igualmente sucede con la Nueva Agenda Urbana.
Hay un cierto riesgo de pensar que ya no debemos hablar de RS sino de
ODS. Esto pasa siempre en el sector público. La administración ahora no
paga cursos de RS, todo es para ODS, a veces sin que hayan acabado de
entender ni una cosa ni la otra. El discurso es muy sencillo: los ODS
son aquello que tenemos que conseguir en el mundo, pero si soy una pyme,
una microempresa, ¿qué puedo hacer para acabar con el hambre del mundo?
Lo que debo es integrarlo en mi lógica empresarial y esa es la
responsabilidad que como organización tengo ante la sociedad. La RS nos
da la metodología y nos permite dialogar con los grupos de interés,
determinar la materialidad. Ahora con los ODS, de manera más clara y
diáfana, hay un grupo de interés que no es la comunidad que decíamos
antes, sino la propia Humanidad, que por boca de Naciones Unidas nos
indica sus retos.
Un ayuntamiento, por ejemplo, tiene que dialogar con los vecinos, con
sus clientes, con la cámara de comercio, etc. pero también con la
Humanidad. ¿Cómo alinearlo todo? Si a ese ayuntamiento acude un vecino y
dice que hay un agujero en la acera, que la gente mayor se puede caer,
eso es más prioritario que los grandes retos de la Humanidad. Sin
embargo, puedo alinear esos aspectos con la calidad urbana, que está en
el ODS 11. Podré poner en valor y destacar que estoy contribuyendo a los
ODS de una manera local.
Lo que sucede es que hay quien dice que ahora ya no hace falta
dialogar con los grupos de interés porque ya sabemos lo que tenemos que
hacer, se llama ODS, con sus colorines, pero a la hora de la verdad lo
que prima es lo que piden los vecinos.
Hemos vuelto atrás a una lógica perversa, más próxima a la
filantropía, frente a lo que habíamos conseguido, que era introducir una
metodología sistemática de gestión de la responsabilidad ante la
sociedad. Hay pues un riesgo cuando alguien propone ODS, a veces
puramente por los colores y sin entender la complejidad que hay dentro,
que puede acabar con la metodología de la RS. Ese sería el drama más
grande.
El Manifiesto de Vilanova i la Geltrú de 2017 por unos
territorios socialmente responsables ha sido una apuesta potente en el
ámbito catalán. ¿Qué balance haces de esta iniciativa tres años después?
¿Consideras que es un modelo exportable a otros entornos?
En 2007 hicimos un primer manifiesto y en 2017 llevamos a cabo un
gran evento en el que se renovó la definición y el valor de los TSR. Fue
un evento realmente excepcional que no sucede todos los días. Se
reunieron 100 organizaciones, entre las que había empresas grandes,
medianas y pequeñas, gobiernos, universidades, redes, organizaciones
culturales, de personas con discapacidad, etc. Además, esa gran
diversidad no buscaba fiscalizarnos unos a otros, sino ver cómo podemos
colaborar para ayudar a construir un territorio socialmente responsable.
Eso da una energía enorme. Todavía hoy en día, hay gente que me dice
que fue fantástico, tengo un recuerdo impresionante más allá del
manifiesto.
Utilizamos una metodología interesante, primero hablaban dentro del
propio sector y luego entre sectores sobre cómo podían contribuir. Tanto
en 2007 como en 2017 lo hicimos en espacios nobles, en el último caso
en el Museo Víctor Balaguer de Vilanova, un sitio mágico, un edificio
que se hizo explícitamente para hacer un museo y que buscaba conseguir
que las clases populares accedieran a la formación. Se trata de un museo
concebido para que además de obras de arte hubiera espacio para
talleres donde tocar, donde aprender. Existía, por tanto, un sentido de
la responsabilidad social, en este caso con una visión cultural y social
y eso le daba al sitio una cierta magia.
Un TSR es capaz de generar valor compartido y de contribuir a
vincular ese territorio con una determinada imagen vinculada a unos
principios y atributos que identifican ese territorio. ¿Hasta qué punto
la comunicación es una pieza clave para el éxito de un proceso de TSR?
Claro, la comunicación sin duda es importante siempre. Pero más que
la comunicación vinculada a un evento es importante la construcción de
un relato. A veces ponemos un mucho el foco en la comunicación, en la
nota de prensa y que se hable mucho. Sin embargo, lo verdaderamente
trascendente es el relato, porque es lo que da consistencia,
independientemente de si al final sales mucho en los medios. Que
cada organización de esas que han vibrado sienta que esa energía que ha
dedicado al tema tiene un sentido. Es el relato el que da sentido a las
cosas. A veces, como estamos en una lógica de una sociedad que hace
muchas actividades, muchas de ellas se agotan en ellas mismas. Creo que
lo que debemos hacer son actividades que realmente se doten de sentido,
que tengan significación. Desde Respon.cat somos partidarios -y así las
empresas nos lo han pedido- de no hacer muchas jornadas, porque ya hay
muchas jornadas, pero sí de hacer cosas que tengan sentido, que sean
necesarias, como el encuentro que hicimos en Vilanova.
La Generalitat Valenciana, a través de la DG Responsabilidad
Social, ha desarrollado una relevante tarea legislativa en favor del
desarrollo e implantación del concepto en la sociedad valenciana, con
referencias expresas al concepto TSR en su articulado. ¿Cuál consideras
que deba ser el papel de la administración pública al respecto?
Respecto al papel de las administraciones, es bueno en esos temas que
ceda el liderazgo o invite a que el liderazgo esté en manos de
organizaciones empresariales, porque, de lo contrario, las empresas
perciben que el liderazgo es público y no comprenden de qué estamos
hablando. Creen que es una manera de hacer política pública soft:
lo que no consiguen con las leyes, quieren que lo hagamos de esta
forma. De la mano de las organizaciones empresariales, es una empresa
que se lo cuenta a otra empresa y eso funciona mejor.
Pero dicho esto, también es bueno que la administración, tanto
internamente, como responsable de la propia administración, como a nivel
de discurso público, puede fomentar la RS en la compra pública, en la
contratación o promover iniciativas hacia las pymes, tener una capacidad
de liderazgo, pero que no eclipse el propio liderazgo que debe tener
sector privado.
Si en algo tiene sentido que haya un liderazgo público es en el tema
TSR, porque si hablamos del territorio, tiene mucho sentido que la
administración haga políticas de promoción, encontrando el espacio
adecuado desde ese territorio. En última instancia, el éxito dependerá
de las empresas, que son actores privados y de que sus representantes lo
acaben fomentando; que sea algo que nazca desde la base real, desde
cada organización. El gobierno puede llevarse su parte del mérito, pero
finalmente cada organización hará su esfuerzo para que desde ese
equilibrio las semillas den fruto.