- Con motivo de los 15 años del Pacto Mundial de
Naciones Unidas, publico un artículo para conmemorar la efeméride, una
iniciativa de referencia a nivel mundial.
- Más allá de las valoraciones positivas que merece,
aprovecho para hacer una valoración particular, analizando algún aspecto
desajustado.
El Pacto Mundial -Global Compact en inglés- fue una buena iniciativa del secretario general de Naciones Unidas Kofi Anan, que propuso en 1999 en el encuentro de Davos. A
finales del siglo XX, era evidente que la globalización había
incrementado el poder de las grandes corporaciones mientras que los
poderes públicos habían visto disminuir su potencial de gobernar los
destinos de la humanidad, con una eficacia en gran medida recluida en
sus ámbitos locales.
La iniciativa puso el foco, como era pertinente dado el promotor, en los derechos humanos y en grandes retos de la humanidad que estaban condicionados por el comportamiento corporativo privado. Así,
las materias sociales, limitadas a los derechos humanos fundamentales,
laborales y ambientales, fueron los tres ámbitos que focalizaron los
principios elegidos. En los inicios de la RSC, y aun
ahora para los que tienen una comprensión más cercana a la amalgama que a la integralidad, este enfoque de gestión era interpretado como una
suma de buenas prácticas en algunas dimensiones complementarias al
núcleo de la gestión empresarial, los temas sociales, laborales y
ambientales.
Con todos los escándalos vinculados a la gobernanza corporativa, el vector del buen gobierno se añadió
con fuerza dentro de las materias de la RSC, y el Pacto Mundial, cinco
años después de haberse creado, en 2004, añadió un décimo principio en
este campo, la lucha activa contra la corrupción. Ahora se cumple una década de aquel hecho.
Sin embargo, observamos que el Pacto Mundial presenta una carencia relevante y sospechosa. De los cinco vectores de la RSC, social, ambiental, laboral, económico y buen gobierno, hay uno desaparecido. Para
muchas empresas, como se ha podido analizar en memorias de
sostenibilidad durante años, el vector económico era meramente una
transposición de los principales datos financieros.
La dimensión económica debería incluir otros elementos
como por ejemplo la contribución al desarrollo endógeno mediante de
políticas como la compra local, u otros como la responsabilidad fiscal. Si
bien estos dos ejemplos pueden tener un carácter local, alejado del
marco global que corresponde a una iniciativa de Naciones Unidas, sí
pueden adquirir relevancia cuando se elevan al nivel internacional y se
habla de desarrollo local y sobre todo de malas prácticas como el
elusión fiscal. Al no incorporar la dimensión económica, ya
sea en el sentido negativo de evitar malas prácticas como en el
positivo de favorecer las positivas, el Pacto Mundial mantiene un estilo
antiguo en el mundo de la RSC, más propio de la suma de algunas
materias que un enfoque integral y éticamente comprometido que aborde en
los cinco vectores los retos globales. No se puede hablar de RSC en sentido actual si no hay un enfoque claro a crear valor compartido.
Supongo que introducir la responsabilidad fiscal conllevaría bajas
significativas por parte de algunas grandes corporaciones que, en
cambio, no tienen problema en ir introduciendo mejoras progresivas en su
gestión ambiental o de proveedores... Pero aquí se plantea el gran
dilema del Pacto Mundial: ¿quiénes son los destinatarios o protagonistas?
Parece que hay interés para que las pymes también suscriban la iniciativa, con un lógica cuantitativa de mejorar las cifras. ¿Pero es este el objetivo pretendido?
Por el origen y sentido fundacional, el Pacto Mundial debería poner el foco en las grandes corporaciones
globales o multinacionales, aquellas que tienen un impacto relevante en
los destinos de la humanidad, porque tienen un poder y una capacidad de
acción que los poderes públicos no pueden llegar a limitar plenamente
en cuanto a los impactos negativos que generan. Esto puede incluir pymes que estén en cadenas globales, que tengan un impacto relevante en este mundo que se nos ha hecho pequeño. Pero
fomentar la inscripción indiscriminada de pymes locales supone una
alteración de la intención inicial, una desviación del foco de atención,
a la vez que se entra en el terreno de lo que corresponde hacer a otras
instancias más legitimadas para la función.
El Pacto Mundial supuso la primera ocasión en que NU lanzaba una gran iniciativa que no iba dirigida a los estados sino al mundo privado. Y hay que entender muy bien el sentido político de este hecho. Las
grandes corporaciones privadas ya tenían más peso en el mundo que las
públicas, es decir, más de la mitad de las principales economías del
mundo ya eran corporaciones privadas y no estados. Por lo
tanto, sin desatender las políticas que corresponden a los poderes
públicos, éstos habían tomado conciencia de que no podrían abordar los
retos éticos y ambientales del mundo sin un compromiso por parte de las
grandes empresas globales que implicara no sólo reparar los impactos
causados sino introducir un sentido de responsabilidad en la manera de
proceder, lo que ahora se llama crear valor económico y social o crear
valor compartido.
No niego que este planteamiento supone una aceptación de las limitaciones de los poderes públicos
en su acción global, pero mientras la realidad de la gobernanza mundial
sea la que es, hay que diferenciar el doble sentido que toma la RSC. Mientras
en el nivel local se puede encarar el desarrollo de iniciativas que van
más allá del cumplimiento legal, en el marco internacional, la RSC
sirve básicamente para cubrir la ausencia de un marco legal consistente
que permita garantizar unos mínimos en hace derechos humanos,
sostenibilidad ambiental, y gobernanza global. Esta
realidad predominante de la RSC en el escenario global menudo perjudica
la imagen y comprensión de la RSC local, y en todo caso provoca que el
modelo de RSC global sea difícil de aplicar y de comprender para una
pyme centrada en los mercados locales, que con el Pacto Mundial en la
mano acaba teniendo una visión de la RSC alejada de su modelo de
negocio, al tiempo que el PM no pone el foco en aquellos que sí deberían
ser los destinatarios.
Nota: hace años me interesé para apoyar el Pacto Mundial como
Responsabilitat Global, pero me indicaron -muy acertadamente- que la
iniciativa era para empresas y que los autónomos no se podían adherir. Por ello, me limité a manifestar, en mi
Código ético, que comparto el Pacto Mundial de Naciones Unidas.
Artículo publicado en:
Diario Responsable y
Jornal.cat
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