11.5.13

Dialogar [es]

Soy un fan del diálogo como forma de abordar los conflictos y los retos. Es la base del respeto ante la discrepancia y de la colaboración para abordar proyectos comunes. En mi día a día, como promotor y consultor en el campo de la Responsabilidad Social de las Empresas y las Organizaciones, hago de las técnicas del diálogo una metodología para saber observar, comprender, y poder generar confianza y crear valor compartido.

También creo profundamente en el diálogo como base constitutiva de la sociedad y de la política. De hecho, como catalán, provengo de una cultura que se ha llamado pactista y que tiene sus raíces ancladas ni más ni menos que en los últimos mil años.  

Dialogar y pactar siempre quiere decir que no consigues exactamente lo que pretendías. Puede que consigas un término medio. O puede que consigas cosas diferentes, que no habías pensado, y que se han sabido desarrollar. Ahora hablaríamos de co-crear, o de innovación social. La solución transaccionada, hecha con la voluntad de crear valor para todas las partes, y sin desconfianzas y reticencias, puede dar soluciones mucho mejores, más sostenibles.

Respecto a la falta de reconocimiento nacional que sufre Cataluña, y a pesar de mi deseo interior, siempre he creído que algunas soluciones intermedias podían ser muy aceptables, si estaban hechas desde el respeto y convicción. Finalmente las fórmulas jurídicas deben servir a unos fines que sólo serán posibles si las actitudes se acompañan.

Por ello, a pesar de no ser monárquico, siempre he preferido el mantenimiento de la figura del rey de España. En último término, para evitar una ruptura de máximos, la creación del nuevo estado catalán podía hacerse bajo un rey compartido con el estado español, lo que permitiría mantener para quienes lo desean una cierta idea romántica de españolidad a la vez que el futuro de los catalanes el decidieran democráticamente los catalanes. Pero hoy esta posibilidad ya parece imposible. El monarca juega siempre a un lado, con animadversión hacia la catalanidad. Y además su prestigio ha quedado por el suelo por todas las malas prácticas, además de la falta de respeto a la diversidad.

Hace unos meses, una parte de la prensa catalana  -la que se conoce como la prensa del Puente Aéreo-  convino en decretar el final del proceso soberanista. De golpe apostó por iniciar una nueva fase basada en el diálogo entre los gobiernos español y español. Curiosamente, desde que ciertos poderes económicos y mediáticos promovieron este nuevo rumbo para las aspiraciones catalanas, los hechos no han hecho más que mostrar la inviabilidad de esta posibilidad. En pocas semanas hemos ido sufriendo no sólo una verborrea difícil de digerir por su deje de superioridad nacional y suficiencia, con la moda de acusar a los catalanes de nazismo, sino toda una serie de acciones bastante contundentes que dejan claras cuáles son las intenciones del nacionalismo español:
  • El torpedo judicial contra el modelo educativo catalán ("si un solo alumno lo pide...")
  • Más asfixia financiera de la Generalitat con un reparto escandalosamente injusto del límite de déficit para 2013
  • Un nuevo ataque institucional a la unidad y dignidad de la lengua catalana (LAPAO)
  • Suspensión de la declaración política del Parlament de Catalunya por parte del Tribunal Constitucional...
Para dialogar en sentido positivo, hay que partir de la idea de que el otro te aprecia y quiere algo bueno para ti, aunque sea diferente de lo que tú consideras. El diálogo con la parte española (los poderes, no los ciudadanos, por supuesto) no cumple esta condición porque está fehacientemente demostrado que los molesta la existencia de la lengua catalana y de todo lo que representa Cataluña. En este contexto el diálogo creativo es inviable. Sólo es posible el diálogo sobre cómo divorciarse de la manera más amistosa posible, sabiendo que cuando se curen las heridas debemos ser dos grandes aliados y los estados con una relación más confraternal del mundo, dadas las amplias relaciones económicas, sociales y personales. Dejando de lado el ámbito de los sentimientos -que todos deben ser respetados-, básicamente estamos hablando de que cada uno decida cómo invierte la riqueza que genera. 

En este escenario, lo tienen más complicado los que todavía creen en la posibilidad de transformar España en un sentido federal y respetuoso con su pluralidad nacional. Los signos de involución son constantes. Los partidarios en España de esta línea, o son muy pocos, o no tienen representación política, o no se atreven a hablar. En Cataluña aún son numerosos y sí tienen voz parlamentaria y hablan, pero se encuentran con una dificultad objetiva para que sus argumentos puedan aparentar veraces.

En general, la evolución que se ha dado entre la clase política de raíz democrática en España ha sido que durante el franquismo se sintieron con un deber de reconocimiento hacia Cataluña y las demás naciones dentro del estado; durante los primeros años de la democracia creyeron que había que hacer unas concesiones; y una vez España se ha sentido fuerte en el sentido de orgullo nacional porque "España va bien" y porque "¿esos catalanas qué quieren más aún?" han comenzado a perder los complejos históricos ya desplegar el nacionalismo que pretende hacer desaparecer definitivamente las diversas naciones que están integradas hoy dentro del estado.
Como dice Eduard Voltas en Cuesta creer que lo crean: La situación es tan grave que ya no son los independentistas los que han de argumentar el por qué de su posición, sino aquellos que, contra toda evidencia, siguen afirmando que Cataluña puede garantizar su prosperidad social, cultural y económica manteniéndose bajo soberanía española. Me parece que a los federalistas les toca hacer un ejercicio de honestidad intelectual, que a la vista de lo que ocurrió con el Estatuto, a la vista de las hegemonías políticas y mediáticas vigentes en España, y a la vista de las reacciones que provocan en Madrid los planteamientos mayoritarios del catalanismo, querer hacer creer ahora a los ciudadanos de Cataluña que es posible una reforma constitucional que resuelva el problema comienza a adquirir la categoría de intento de toma de pelo. Cuesta creer que lo creen.

Desde el punto de vista de la honestidad intelectual, desde la ética y la apuesta por el diálogo, me reconforta ver programas como El gato al agua hace unos días a la cadena nacionalista Intereconomía, donde invitaron el diputado soberanista Alfred Bosch (ERC). Era como una especie de trampa donde entre todos se lo querían comer. Afortunadamente, cada vez más estos espectáculos televisivos o radiofónicos, como los comentarios en las redes sociales, muestran que los que defienden la democracia y la voz del pueblo pueden hablar con serenidad y argumentos y que los que defienden la sagrada unidad de España sólo lo pueden hacer con crispación, tergiversaciones y falsedades.

La serenidad de Alfred Bosch saca de quicio el entrevistador y los tertulianos de Intereconomía. El programa de la televisión española Intereconomía 'El gato al agua', conocido por su furibunda línea anticatalana, entrevistó anteayer el diputado de ERC en el congreso español, Alfred Bosch. Como suele hacer, el diputado independentista respondió a las preguntas del entrevistador con un tono sereno y con actitud positiva y calmada. Los modos de Bosch y las respuestas, que desmontaban una y otra vez las preguntas llenas de tópicos, desconcertaban cada vez más Javier Algarra, conductor del programa. Después de la entrevista inicial, Bosch se encara a los ataques verbales de los tertulianos del programa, entre los cuales el ex-banquero preso Mario Conde. A continuación, pueden ver la entrevista:

 
http://www.youtube.com/embed/8Uw8sTqB6Jk (2/5)
http://www.youtube.com/embed/YS5FU_xPW1I (3/5)
http://www.youtube.com/embed/CD8Wc0nd2mg (4/5)
http://www.youtube.com/embed/K8rOFprGtZY (5/5)