Ayer vi por TV3 Katmandú, un espejo en el cielo, película dirigida por Icíar Bollaín el año 2011, basándose en la vida de Victoria Subirana [véase argumento debajo].
Me parece que mucha gente coincide en que uno de los momentos de mayor emoción de la película, es cuando la maestra logra que una niña recupere y diga su nombre, Badima, como símbolo de la recuperación de la identidad y la dignidad para medio de la educación.
Unas escenas antes, Laia, la maestra, había preguntado a una niña cuál era su nombre. Solo podía entender un nombre inicial, Salam, pero no el resto de lo que la niña decía asociado al nombre. Una maestra local le tradujo: el nombre que la niña decía era literalmente "la que cuida de Salam", ya que cuando nació su hermano Salam, como era tradición, la niña perdía su nombre y pasaba a ser llamada como la que acompaña y cuida de su hermano.
En la película, la maestra invita a la niña a mirarse en el espejo y a dibujar, como forma simbólica de camino de introspección y de recuperación de la identidad. El éxito se produce cuando un día la niña le dice su nombre real.
La situación me recordó la que viven la mayoría de mujeres de los países anglosajones, entre otros, donde la mujer pierde su apellido y pasa a adquirir el del marido, perdiendo al mismo tiempo su identidad y dignidad. Me parece curioso que esas dos escenas puedan simbolizar y sintetizar buena parte del mensaje del film, cuando a la vez no está tan lejos de lo que se produce en situaciones de países occidentales.
Dicen que las mujeres occidentales no lo viven como una pérdida de la dignidad... como buena parte de las niñas hindúes, que también creen que es un tema cultural más. Dicen que en algunos países es una opción y no una obligación, como también lo son las castas de la película, que ya no existen legalmente en la India desde hace décadas pero la cultura impide cambiar la realidad de la vida cotidiana. Alguien puede decir que el contexto no permite establecer la comparación, pero es que precisamente el contexto radicalmente diferente es lo que hace radicalmente difícil de comprender esta indignidad de la mujer occidental.
Hace siete años hice otro artículo hablando de este mismo tema (7.3.08 ¿Hillary Clinton...? Luego ¡Bill Rodham!), donde decía:
Países como Francia o Inglaterra también tienen prácticas iguales.. Entre los grandes, Alemania no. Algunos incorporan el apellido del marido por la vía de la preposición “de”, hecho que indica un ignominioso sentido de propiedad. En el estado español, dónde la descendencia lleva los dos apellidos, el de la vía paterna y el de la vía materna, los cambios legales permiten hoy incluso alterar el orden de estos y poner primero el de la madre y después el del padre. En Catalunya, además, se mantiene la tradición de poner la conjunción “i” para unir los dos apellidos en un símbolo de igualdad.Supongo que si en lugar de pasar de Hillary Rodham a Hillary Clinton hubiera pasado a "La-que-tiene-cuidado-de-Clinton", siguiendo el modelo hindú, la indignidad se vería más nítidamente. Pero fijémonos que una cosa es perder el nombre cuando eres una niña y la otra cuando es una mujer y una profesional. En este sentido, también decía en ese artículo:
Y volvamos al mundo de Internet. Disponer de dos apellidos facilita una identidad diferente, que personas de otros países no pueden conseguir. Y poder cambiar el orden permite ganar identidad si se da el caso que el apellido paterno es muy habitual y el materno es más singular. Es decir, que el nombre puede dar juego y la identidad tiene margen para modularse. Pero renunciar al propio apellido es una pérdida de identidad y de dignidad.Argumento (extraído de la wikipedia): Laia, una joven maestra catalana se traslada a Katmandú a principios de los años 90, como voluntaria en una escuela local. Descubre una pobreza extrema y un panorama educativo desolador que, además, excluye a los más necesitados. Después de casarse para legalizar su situación, se embarca en un ambicioso proyecto educativo en los barrios de chabolas de la ciudad, dándose cuenta de que necesita ayuda para hacerlo realidad. Al mismo tiempo, de forma inesperada, se enamora de su marido. Con su amiga y joven maestra Sharmila, Laia emprende un nuevo proyecto que la alejará de su compañero, pero que le unirá para siempre a Sharmila ya la pequeña Kushila en un viaje personal que le adentrará hacia la sociedad nepalí y también, hacia el fondo de sí misma. Historia basada en la historia real de Victoria Subirana (1959), una catalana que descubrió que su trabajo era mucho más útil en un país sin alfabetizar.
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