La celebración de una Maratón extraordinaria sobre la pobreza no ha dejado indiferente. En primer lugar supone normalizar la conciencia de que vivimos en un país donde hay pobres y que éstos no corresponden al perfil tradicional sino que cualquier ciudadano puede caer en ella repentinamente.
La Marató ha conseguido una magnífica recaudación de 4 millones de euros en el momento de cerrar el programa, y esperamos que aún aumente en los próximos días. Es casi la mitad de lo que se consiguió en la maratón anual destinada a las enfermedades, y ciertamente no se puede pedir más a una ciudadanía que ya colabora cada año en este gran acontecimiento ciudadano. Esta maratón tenía un carácter extraordinario y ha demostrado que no fue un error.
El hecho de que cada día el estado español destine a la ejército 10 veces más de lo que la Marató ha recaudado en un día podría ser un motivo de desmovilización. O aún más que Bankia pida al estado más de 20.000 M €, sea 5.000 veces más... La Marató, pues, sólo es una manera de decir que la ciudadanía estamos aquí, que el problema nos lo sentimos cercano, nuestro, colectivo. Y no debería entenderse como caridad sino como sensibilización. Asimismo también permite que las entidades sociales adquieran un mayor protagonismo público y sea vistas como unos actores fundamentales en la vertebración de la sociedad y en el capacidad de articular respuestas, tanto las urgentes como las profundas. La Marató está en la línea de las respuestas urgentes, y en absoluto desmerece las profundas sino que abre la puerta al debate público.
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