12.7.10

El derecho a decidir


  • La manifestación vivida ayer en Barcelona es un hecho de gran valor mundial: cómo una nación expresa pacíficamente su deseo de libertad y de profundización democrática.
  • Ayer nos referíamos a ello precisamente afirmando que Europa y Naciones Unidas deberían dar un toque de alerta al Estado español. Hagamos ahora alguna reflexión más sobre cómo avanzar en adelante.

El Tribunal Constitucional debería haberse inhibido y no dictar ninguna sentencia respecto a un pacto político aprobados por los parlamentos y refrendado por el pueblo de Cataluña. Y así se lo pidieron no sólo el Parlamento de Cataluña -el más antiguo de Europa- sino que también se manifestaron en este sentido insignes juristas. La sentencia es injusta por muchos motivos, empezando por su misma existencia, pero además parte de la idea de que Catalunya nace como sujeto de derecho con la Constitución española (CE) de 1978, como si una nación con mil años de historia y voluntad de permanencia fuera un cuento de hadas sin ningún valor político.

La CE del 78 se puede interpretar de muchas maneras. En el momento en que fue elaborada, después de 40 años de dictadura y con el riesgo latente de los militares, hizo que se formulara con gran ambigüedad, pero eso es precisamente lo que permite interpretarla de muchas maneras. Dentro de este gran margen, son los parlamentos y la soberanía popular quien debe establecer el rumbo del desarrollo y no un tribunal que han hecho una sentencia que supone una interpretación política. Los argumentos jurídicos se han construido para justificar una decisión política que pretende poner fin al proceso de desarrollo autonómico. La prueba más sangrante de esta afirmación es que en algunos aspectos la autonomía quedará disminuida respecto a otras interpretaciones anteriores del TC y respeto del Estatuto del 79. Las constituciones que valen son aquellas que se pueden ir adaptando a los nuevos tiempos y abren perspectivas. La CE permite esta evolución en gran medida pero este TC lo ha descabezado.

Pero el daño ya está hecho y ahora ya no toca hablar de una sentencia que tiene más de política que de jurídica. Ahora toca hablar de cómo nos vamos a salir de este choque de legitimidades. Estamos en una encrucijada, y ahora es la hora de la política en mayúscula, pero con dos matices. El primero es que no hay que esperar grandes gestos desde la realidad política española y, por tanto, la iniciativa política catalana ha de hacer su vía. La segunda es que el liderazgo político debe verse acompañado de la plena implicación y complicidad social.

Las palabras que nos llegan de España son más bien poco sensibles, por decirlo de manera suave. Seguramente han perdido la capacidad de ser sensibles a lo que representamos: después de 40 años de franquismo y 30 de democracia formal sin hacer la transición hacia el respeto entre los pueblos, la gran mayoría de los españoles sienten como una agresión que los catalanes nos definamos como una nación. Hace cien años, los intelectuales españoles aún podían expresarlo como una realidad, mientras que ahora es una rara excepción la persona que desde de España reconoce este hecho histórico.

En cambio, desde Cataluña, cuando alguien expresa con tono contundente que en España sólo hay una única nación lo sentimos como un lenguaje amenazador y propio de una ideología totalitaria. El hecho de que la CE exprese que España es una nación es entendido por los catalanes en el sentido de estado-nación. Y efectivamente mientras no haya un proceso de secesión, España es un único estado o estado-nación. Pero desde otro punto de vista, el de la nación como colectividad que existe en un territorio con una historia, tradiciones, cultura, lengua, conciencia y voluntad de ser y seguir existiendo, nos parece fuera de lugar dudar de que dentro del actual Estado español hay varias naciones.

Todo cambia y nada es inmutable. Y en el caso de los territorios estatales, es de desear que los cambios en sus límites se produzcan no como fruto de guerras o de matrimonios reales como sucedía en el pasado sino por la expresión pacífica y democrática de sus sociedades. Hoy todo el mundo entiende que si un matrimonio no funciona y no se vislumbran posibilidades de entendimiento en el futuro, lo mejor es divorciarse. Y el divorcio entre seres maduros se puede llevar a cabo de manera razonable y lo más amistosa posible, lo que es imposible cuando una de las dos partes cree que la otra es una propiedad suya.

Y al margen de lo que diga la CE, toda nación tiene una soberanía incuestionable que puede ejercer cuando quiera, como expresión de su libre autodeterminación. Es una rémora pensar que un estado tenga que tener siempre las mismas fronteras al margen de la voluntad democrática de las personas y de la evolución de las sociedades. Hace doscientos años, España era una realidad mucho mayor que la actual y hoy todo el mundo acepta la secesión que se produjo y la encuentra razonable. Sólo tenemos que releer qué era España en la CE de 1812, conocida como "la Pepa":
Artículo 1 .- La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos Hemisferios.
Arte. 174 .- El reino de las Españas se indivisible
Artículo 10 .- El territorio español comprende en la Península con sus posesiones e islas Adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las Islas Baleares y las Canarias con las demas posesiones de África. En la América septentrional: Nueva España con la Nueva-Galicia y península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico con las demas Adyacentes a estas y al continente en uno y otro marzo En la América meridional, la Nueva Granada, Venezuela, Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las islas Adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno.
Cualquier pueblo que ha conocido la libertad, bajo ningún concepto quiere renunciar a ella. Que le pregunten a todos estos pueblos latinoamericanos y de otros continentes si quisieran recuperar el espíritu constitucional y volver a ser españoles. En el caso de Catalunya no se trata de ganar sinó de recuperar la libertad perdida en 1714.

En Cataluña, la desafección hacia España ha crecido a medida que la dictadura quedaba más lejos y sobre todo a medida que el discurso político en España (y no sólo político: social, empresarial ...) mostraba más distancia respecto a la voluntad legítima de Cataluña de ejercer y aumentar su autogobierno. El soberanismo en Cataluña ya no es un posicionamiento sentimental sino de derechos y de profundización democrática. Curiosamente, los unionistas acaban basando sus argumentos sentimentales (lo que les une a España desde un punto de vista emotivo, porque siempre lo han visto así ...) o declaradamente bélicos (Cataluña es España por derecho de conquista...).

Hoy encontramos entre los soberanistas personas procedentes de muchas tendencias, del unionismo, de las ideas federales, catalanistas sin una idea prefijada, o nuevos catalanes procedentes de la inmigración. Y trabajadores, empresarios, políticos, académicos, profesionales , etc., todos ellos llevados por una idea profundamente democrática sobre el derecho a decidir y sobre la necesidad de que Cataluña ejerza sus derechos ya que la situación actual es insostenible: ¡los territorios compiten entre ellos en el mundo, mientras que los catalanes lo tenemos que hacer contra el propio estado! El 80% de los catalanes cree que la economía mejoraría o seguiría igual si Catalunya fuera un estado. Desde una óptica de sostenibilidad, mantener unida España requiere una energía excesiva que no compensa los réditos. El estado de derecho y los valores democráticos están colapsando en España. El sistema en este momento no es sostenible y, de hecho, habría que analizar en qué momentos lo ha sido.

Cataluña defiende unos derechos no sólo de forma democrática y pacífica sino bajo una idea inclusiva y avanzada. Cuando nuestro país se declara como una nación no lo hace bajo ninguna consideración étnica o restrictiva. Son catalanes los que viven y trabajan en Cataluña. Ser catalán es un derecho de ciudadanía y la plena integración en el país está disponible para todos, como pueda ser en el caso de la lengua. Un ejemplo clarificador de esta voluntad es cuando en las consultas soberanistas se invita a votar a todas las personas inmigrantes, las cuales pasan a ser consideradas unos catalanes más. O cuando se promueve el respeto al valle de Arán, territorio que forma parte de Catalunya pero que es parte de una realidad nacional diferente, la occitana. La prueba más evidente de lo que decimos es que el catalanismo y el soberanismo son transversales a toda la ciudadanía incluidos los que vinieron desde otras tierras y es este carácter no polarizador del catalanismo según el origen lo que hace que le podamos otorgar un carácter ético y orientado a la creación de capital social. Este carácter acogedor, respetuoso, democrático, republicano, se contrapone con el carácter duro del nacionalismo español: sólo se puede ser verdaderamente español renunciando a formar parte de otras realidades nacionales.

Cataluña ha de medir mucho sus pasos a partir de ahora en que un cambio de etapa se ha puesto en marcha, y debemos hacerlo pensando que nuevamente podemos ser un modelo para la humanidad como a lo largo de mil años lo hemos podido ser en otras ocasiones. Lo que hacemos aquí y ahora puede ser imitado en otros contextos donde también tengan que afrontar problemas históricos de gobernanza. Lo que hacemos aquí deberá contar con observadores internacionales y deberá ser excelente en sus formas.

Este es un proceso en el que no debería generar una fractura social grave dentro del país, y donde habría que contar con la realidad de una gran parte de la población que, por razones de costumbre, de educación, de miedo al cambio , o familiares todavía se siente española. Es por ello que hay que avanzar encontrando los grandes consensos sociales. Y el gran punto de encuentro puede ser el 'derecho a decidir'. Cataluña debe tener derecho a decidir su futuro, sea el que sea, pero ejerciendo la soberanía que le es propia y a la que en mil años no ha renunciado por voluntad propia.

Por ello, la gran consulta que habría que llevar a cabo en un plazo de dos o tres años debería hacer referencia a una pregunta en la que el gran grueso de la población le daría apoyo y podría contar con el acuerdo de todas las fuerzas políticas catalanas:
¿Usted está de acuerdo en que el pueblo de Cataluña y por medio de sus instituciones disponga de todas las capacidades para decidir su futuro democráticamente?
La recuperación de la dignidad, del estado propio, o de la capacidad de decidir sobre todo aquello que nos afecta, pasa en primer lugar para recuperar pacíficamente la soberanía, formalizar el derecho a decidir. Ninguna institución mundial podrá oponerse a un paso de esta índole. Sólo los colectivos muy españolizados y declaradamente unionistas optarán por considerar que Cataluña debe ser una nación tutelada desde Madrid. Este sería un paso que abre todas las puertas, desde la secesión a la plena integración voluntaria en España, pasando por un mayor autogobierno o convertirse en un estado asociado, pero siempre de manera voluntaria. Es en definitiva el paso que necesita también a España para poder ser plenamente una democracia.

Su gradualidad o el hecho de ser un paso intermedio hacia otro lado permite que las personas reflexionen serenamente sin miedos y sin apriorismos, sabiendo que todo es posible en una sociedad avanzada, libre y democrática. Según las encuestas, 1 de cada 4 votantes por el 'no' lo haría por temor a conflictos.

Si bien todavía son muchas las personas en España que no tolerarían la 'afrenta' (El 26% de los españoles quisiera anular la autonomía catalana si saliera el 'sí'), el 52% de los españoles acataría la voluntad de la ciudadanía catalana si esta decidiera, vía referéndum, que quiere ser independiente. Y no se pueden despreciar las consideraciones sobre las situaciones que harían más aceptable la independencia catalana:
En cuanto a las situaciones que harían "más aceptable" la independencia catalana, de entre las opciones a) mantener la nacionalidad española, b) mantener una caja común de solidaridad económica, c) tener el reconocimiento de la UE y d) mantener el vínculo con la corona española, la más elegida ha sido de los españoles es que se mantuviera la nacionalidad española. El 71% considera que esta sería una manera de hacer más pasable la independencia, mientras que un 24% opina que este no sería un factor importante. La solidaridad económica (61,5% sí, 30% no; 7.8 no lo sabe ), el reconocimiento europeo (58,1% sí; 36,3% no; 5.6% no lo sabe) y su vínculo con la corona (57,4% sí; 34,3% no; 8.3% no lo sabe) son, por este orden, las otras opciones contempladas.
El futuro es posible sólo a partir de imaginárselo. De visualizarlo como posible. La gente joven o los nuevos ciudadanos tienen más facilidad para hacerlo, frente a la gente que ha vivido bajo una mentalidad que ha hecho desarrollar convicciones sobre la imposibilidad del cambio: Más de la mitad de los inmigrantes que viven en Cataluña creen que en un futuro Cataluña y España serán estados diferentes. Es más alto el porcentaje de inmigrantes que creen en la independencia, que el de catalanes que confían en ello.
El sueño es posible y hay que llevarlo a cabo de manera ejemplar y garantizando en todo aquello que sea posible que nadie salga perdiendo. Incluso tenemos que poner en consideración que las dos entidades políticas resultantes deberán salir reforzadas en su definitiva apertura al mundo, a la globalización y en el fortalecimiento de una cultura emprendedora y una economía productiva.

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