27.2.10

Entrevista a Javier Marías

[ca] Amb motiu de la publicació de "Los villanos de la nación", la Vanguardia entrevista l'escriptor Javier Marías. Extraiem alguns fragments de l'entrevista.

[es] Con motivo de la publicación de "Los villanos de la nación", la Vanguardia entrevista al escritor Javier Marías. Extraemos algunos fragmentos de la entrevista.


Javier Marías: "Los trabajadores se desloman como no lo habían hecho en los últimos 40 años" 

"La prueba de que el móvil es una herramienta de esclavización es que las empresas los ponen a sus trabajadores"


-Se ocupa bastante de describir la atmósfera de los años 80. ¿Qué hemos heredado de esa época?
-Yo la llamo la edad del recreo. El valor básico era hacerse guapo, para lo cual a veces hay que ser rico. Como el niño que quiere tener éxito con los compañeros. Se dio un proceso de infantilización de la sociedad que se ha coronado ahora. Ha ido a más la ausencia de responsabilidad por parte de todo el mundo ante cualquier cosa. La gente reclama su libertad de moverse, hacer, decir, iniciar negocios, irse a sitios peligrosos y en el momento en que les sucede algo, dicen: que el estado me lo arregle. Pero el estado somos los demás. Piden que les saquen las castañas del fuego, de modo impertinente, nadie agradece nada. [...]


-¿Por qué critica ciertos aspectos de la solidaridad?
-Critico sus trampas. Aquí debajo de mi casa hay varios señores tumbados en el suelo a los que ningún transeúnte echa una mano. Nuestros pobres son concretos, sucios y desagradables, no los tocamos porque podrían transmitirnos su desesperación pero, eso sí, efectuamos donaciones a Haití. No es muy simpático decirlo, pero me produce un efecto contraproducente ver cómo todos los famosos del mundo entero se vuelcan como un solo hombre en Haití, y empiezan a donar dinero de manera ostentosa. Tengo la sensación de que estas solidaridades son mecánicas, que hay más deseo por parte de quienes la practican de mirarse al espejo y pensar qué majo soy que verdadera voluntad de ayudar y verdadera empatía. A mí me suena a falsedad, a medalla que se pone la gente a sí misma. Uno tiene el impulso de enviar un poco de dinero a Haití, y lo haces, privadamente, pero piensas: ¿qué es esto? Uno acaba desconfiando de los propios movimientos más altruistas del espíritu por el abuso que se hace de ellos.

-El trabajo y sus efectos negativos es otro de sus temas recurrentes…
-Hablo con mis amistades de toda España, y todos están igual, tengan el trabajo que tengan o cobren mucho o poco: no paran, no tienen tiempo de nada, trabajan sin cesar y cada vez les cunde manos. Amplían sus jornadas no para ganar más sino para dar abasto al trabajo diario. Apenas tienen ocio y están permanentemente agotadas, medio enfermas o desquiciadas. Es el gran mal de nuestros días. Las personas que están hoy a sueldo se desloman como no se había visto en los últimos 40 años. Es la opresión más grande que vive la gente corriente hoy: cómo el trabajo se nos va comiendo la vida. Con la crisis ha ido a más, y existe el miedo a perder el puesto, con lo que se renuncia a derechos sociales básicos.

-Habla también de la superstición de lo legal…
-Sí, lo vemos con el asunto de Vic y la resistencia a empadronar a los sinpapeles. Responden: es que es legal. Pero es que hay cosas legales que no son legítimas. Lo legal puede ser mañana ilegal, y al revés. Un ejemplo que me ponía mi padre: si el gobierno decide que va a vender el museo del Prado a un jeque árabe, probablemente pueda ser legal, porque es de su propiedad, pero sería intolerable. Haber sido elegido también se utiliza como excusa: dicen que si les faltamos al respeto faltamos al respeto a los electores. Pues no: usted, para ser democrático, debe gobernar democráticamente cada día y, si no lo hace, usted no es democrático. No se le puede derrocar porque le han elegido, pero debería usted comportarse. Berlusconi no es un gobernante democrático, como tampoco Hugo Chávez. Ser elegido es indispensable pero no suficiente. En 1960, Franco habría ganado unas elecciones de calle. El país era sociológicamente franquista, también Cataluña.

-Habla también de la censura que usted ha sufrido como opinador…
-No hay censura estatal ya, sino privada. De hecho, es anticonstitucional, podría haber denunciado a la empresa que lo hizo, pero nadie lo lleva a ese extremo. Fue un artículo sobre la iglesia y la religión que decidieron no publicar y entonces decidí que yo me iba de aquel medio.

-¿Es el único episodio?
-Hay varios ejemplos de censura comercial, que se quedan en el ámbito privado: una vez me dijeron que quitara el nombre de unos grandes almacenes en un artículo, porque se arriesgaban a perder la publicidad. Eso es frecuente. En Francia una revista me pidió un artículo sobre la moda y, al final hacía unas bromas diciendo que no recomendaba que salieran los modistos a saludar en los desfiles porque ante tales adefesios, la gente se asustaba, y citaba casos identificables, uno con una coleta y un abanico y me dijeron: "esto quítalo". Conozco gente a la que le han pedido que rebaje el tono de un artículo sobre una exposición, porque en el patrocinio de la muestra participa la misma caja que paga la revista en buena medida. Es una cosa bastante común, bastante histérica y bastante intolerante.

-Cuando habla de que un escritor no puede saber si su editor le engaña en las liquidaciones, resuena su vieja rencilla con Jorge Herralde…
-Me temo que eso ha pasado muchas veces en la historia, y todavía sigue siendo así. Los autores no tenemos manera de saber los libros que vendemos, es muy difícil, a uno le informan de que se ha hecho una tirada determinada de ejemplares, se puede pedir el resguardo del impresor, pero se sabe que hay algunos impresores que ponen lo que les dice el editor porque, si no, pierden el volumen de trabajo procedente de dicho editor. Nunca hay una seguridad absoluta. Pero uno no puede ir por la vida con desconfianza, es un horror ir por la vida creyendo que te engañan. Pero llega el momento en que tienes la convicción de que es así, ves las cifras que no casan, no tienes pruebas para ir a un tribunal pero sí la certeza.

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