7.3.08

¿Hillary Clinton...? Luego ¡Bill Rodham!

Mañana es 8 de marzo Día Internacional de las Mujeres (en rigor, día internacional de la mujer trabajadora), el cual sirve para conmemorar la lucha de muchas mujeres para conseguir mejores condiciones de trabajo y de vida. Esta celebración fue oficializada al año 1977 por las Naciones Unidas y hace 100 años que tuvieron lugar los hechos del 8 de marzo del 1908 donde murieron calcinadas las trabajadoras de una empresa de Nueva York.

Aun cuando continúan siendo muchos los retos pendientes respecto a la igualdad, hace unos años se empezó a hablar del techo de cristal con qué se topaba, en el sentido de que los marcos legales y la conciencia habían evolucionado pero en cambio era difícil progresar. El hecho de que la igualdad de derechos no se transformara en igualdad de oportunidades, o que no se plantearan medidas de acción positiva para facilitar el cambio, o que las mujeres mayoritariamente pasaran a trabajar en el mercado laboral pero sin abandonar el trabajo doméstico son factores que actuaban y actúan como un techo invisible.

Nuestra reflexión de hoy con motivo de esta celebración se quiere centrar en un personaje de actualidad, de nombre Hillary (Rodham?) Clinton. Ponemos intencionadamente el apellido entre paréntesis y con un interrogante puesto que la mujer que aspira a presidir los Estados Unidos de América ha abandonado su apellido propio para adoptar el de su marido en una actitud que aquí se nos hace difícil de comprender y que nos negamos a aceptar como tradición cultural.

Hace unos pocos meses hablábamos de Responsabilidad Social y Cultura Popular, y afirmábamos que incluso las tradiciones más arraigadas se deben adaptar a los nuevos tiempos si atentan contra aspectos vinculados con los derechos humanos, la seguridad, o la dignidad de las personas.

Haber de cambiar el nombre en el momento de casarse es una práctica incomprensible hoy en día y absolutamente indigna, aunque las propias afectadas de muchos países no lo reconozcan así. Tampoco lo reconocen las musulmanas obligadas culturalmente y religiosamente a llevar el velo.

Desde la parte del mundo en qué este derecho a la dignidad del propio nombre se respeta, debemos defender de manera activa y comprometida el respeto al nombre de cada cual. ¿O es que los americanos aceptarían en reciprocidad que su expresidente se dijera Bill Rodham? Por cierto, ¿en las enciclopedias qué nombre debería poner? ¿El del nacimiento, los nombres intermedios según los casamientos? ¿O el último con el cual te entierran?

O incluso lo podríamos analizar desde una perspectiva no tanto sobre la dignidad sino sobre el ‘valor' del nombre. Hoy el nombre viene a hacer una función de marca personal, y nuestra presencia en internet puede ser un valioso activo. ¿Tiene sentido ir cambiando de nombre?

Ya sabemos que en los EE.UU. el cambio no es obligatorio legalmente. Pero entonces todavía es más incomprensible. De hecho, Hillary Rodham siempre había usado su apellido de soltera hasta hace poco. Hay quien dice que por estrategia política, quizás para no herir a las mujeres americanas que mayoritariamente sí que optan por el cambio de apellido. De hecho, no deja de sorprender que ahora ya no sólo se ponga el Clinton sino que el Rodham ya ha desaparecido del todo.

Países como Francia o Inglaterra también tienen prácticas iguales.. Entre los grandes, Alemania no. Algunos incorporan el apellido del marido por la vía de la preposición “de”, hecho que indica un ignominioso sentido de propiedad. En el estado español, dónde la descendencia lleva los dos apellidos, el de la vía paterna y el de la vía materna, los cambios legales permiten hoy incluso alterar el orden de estos y poner primero el de la madre y después el del padre. En Catalunya, además, se mantiene la tradición de poner la conjunción “i” para unir los dos apellidos en un símbolo de igualdad.

Y volvemos al mundo de Internet. Disponer de dos apellidos facilita una identidad diferente, que personas de otros países no pueden conseguir. Y poder cambiar el orden permite ganar identidad si se da el caso que el apellido paterno es muy habitual y el materno es más singular. Es decir, que el nombre puede dar juego y la identidad tiene margen para modularse. Pero renunciar al propio apellido es una pérdida de identidad y de dignidad.